¿Cómo reconocer a un gran profesor o profesora?
En la editorial somos conscientes de que el futuro está en las próximas generaciones. Por eso estamos siempre atentos a la labor y necesidades de niños, niñas y docentes. En nuestra editorial son varios los cuentos infantiles que encontrarás escritos por profesores o profesoras. No es casualidad.
Los profesores y profesoras al estar en contacto con los niños y niñas detectan sus necesidades, inquietudes y saben cómo hacer que una idea funcione traspasando el filtro de los más pequeños y pequeñas.
Los niños y niñas tienen claro que si algo no les gusta no pierden el tiempo prestando atención, van buscando lo siguiente que los atrape. Ahora todos y todas estamos saturados de estímulos, esta saturación está causando estragos entre los más pequeños y captar su atención es más complicado de lo que ha sido nunca.
La labor de los docentes es tan importante como la de cualquier familiar cercano a nuestros hijos e hijas. Muchos y muchas docentes son plenamente conscientes y desarrollan unas labores admirables.
Rebuscando en el baúl de la memoria recordé un precioso cuento que resume la enorme labor del maestro y la maestra, con una emotividad tan sincera que me llegó hasta la médula.
Quiero agradecer su enorme labor a todos lo profesores y profesoras de este mundo por centrar sus esfuerzos en el futuro: los niños y niñas. Vuestro trabajo y dedicación está creando futuro.
Os dejo el cuento del que os hablé para que podáis compartirlo.
Cuento de La maestra Tomasa y Pedrito:
El primer día de clase que Doña Tomasa se enfrentó a sus alumnos de quinto grado, les dijo que ella trataba a todos los alumnos por igual y que ninguno era su favorito. En la primera fila sentado estaba Pedrito, un niño antisocial, con una actitud intolerable, que siempre andaba sucio y todo despeinado. El año anterior, Doña Tomasa había tenido a Pedrito en una de sus clases. Doña Tomasa veía a Pedrito como un niño muy antipático. A ella siempre le daba mucho gusto poder marcar con lápiz rojo todo el trabajo que Pedrito entregaba, con una “F”.
En la escuela donde Doña Tomasa enseñaba se requería revisar el archivo de historia de cada alumno y el de Pedrito fue el último que ella revisó. Cuando ella empezó a leer el archivo de Pedrito, se encontró con varias sorpresas. La maestra de Pedrito de primer grado había escrito: “Pedrito es un niño muy brillante y muy amigable, siempre tiene una sonrisa en sus labios”. Él hace su trabajo a tiempo y tiene muy buenos modales. “Es un placer tenerlo en mi clase”.
La maestra de segundo grado: “Pedrito es un alumno ejemplar, muy popular con sus compañeros, pero últimamente muestra tristeza porque su mamá padece de una enfermedad incurable”.
La maestra de tercer grado: “La muerte de su mamá ha sido muy difícil para él” Pedrito trata de hacer lo mejor que puede, pero sin interés”. Tampoco el papá demuestra ningún interés en la educación de Pedrito. “Si no se toman pasos serios, esto va a afectar la vida de Pedrito”.
La maestra del cuarto grado: “Pedrito no demuestra interés en la clase”.
Después de leer todo esto, Doña Tomasa sintió vergüenza por haber juzgado a Pedrito sin saber las razones de su actitud. Se sintió peor cuando todos sus alumnos le entregaron regalos de Navidad envueltos en fino papel, con excepción del regalo de Pedrito, que estaba envuelto con un cartón de la tienda.
Doña Tomasa abrió todos los regalos y cuando abrió el de Pedrito, todos los alumnos se rieron al ver lo que se encontraba dentro. En el cartón había una botella con un cuarto de perfume y un brazalete al que le faltaban algunas de las piedras preciosas. Para suprimir las risas de sus alumnos, ella se puso inmediatamente aquel brazalete y se puso un poco del perfume en cada muñeca.
Ese día Pedrito se quedó después de clases y le dijo a la maestra: “Doña Tomasa, hoy usted huele como mi mamá”. Después que todos se marcharon, Doña Tomasa se quedó llorando por una hora.
Desde ese día ella cambió su método. En vez de enseñar solo lectura, escritura y aritmética, escogió enseñar a los niños. Doña Tomasa empezó a ponerle más atención a Pedrito. Ella notaba que mientras más ánimos le daba a Pedrito, con más entusiasmo reaccionaba él. Al final del año, Pedrito se convirtió en él más aplicado de la clase, y a pesar de que Doña Tomasa había dicho el primer día de clase que todos los alumnos iban a ser tratados por igual, Pedrito era su preferido.
Pasaron seis años y Doña Tomasa recibió una nota de Pedrito, la cual decía que se había graduado de la secundaria y que había terminado en tercer lugar. También le decía que ella era la mejor maestra que él había tenido.
De ahí pasaron tres años cuando Doña Tomasa volvió a recibir noticias de Pedrito. Esta vez, él le escribió que se le había hecho muy difícil pero que muy pronto se graduaría de la universidad con honores, y le aseguro a Doña Tomasa que todavía ella seguía siendo la mejor maestra que había tenido en su vida.
Pasaron tres años más cuando Doña Tomasa vuelve a saber de Pedrito. En esta carta él le explicaba que había adquirido su título y que había decidido seguir su educación. En esta carta Pedrito también le recordaba que ella era la mejor maestra que había tenido en su vida.
Esta vez la carta estaba firmada con “Dr. Pedro Altamira”. Bueno, la historia no termina ahí.
En la primavera, Doña Tomasa volvió a recibir una carta de Pedrito donde le explicaba que había conocido a una muchacha con la cual se iba a casar y quería saber si Doña Tomasa podría asistir a la boda y tomar el lugar reservado usualmente para los padres del novio. También le explicaba que su papá había fallecido varios años atrás. Claro que Doña Tomasa acepto con mucha alegría, ¿y saben qué hizo? El día de la boda, ella se puso aquel brazalete sin brillantes que Pedrito le había regalado y también el perfume que la mamá de Pedrito usaba.
Cuando se encontraron, se abrazaron muy fuerte y el Dr. Altamira le dijo en el oído muy bajito: “Doña Tomasa, gracias por haber creído en mí”. “Gracias por haberme hecho sentir que yo era importante y que podía salir adelante con éxito”. Doña Tomasa, con lágrimas en los ojos, le respondió: “Pedro, estás equivocado. Tu fuiste el que me enseño que yo podía hacer algo especial, solo con interesarme genuinamente. “¡Yo no sabía enseñar hasta que te conocí a ti!”.
Esta gran labor es la que realizan a diario los profesores y profesoras con nuestros hijos e hijas, y sus huellas perdurarán toda la vida. Yo aún recuerdo a D. Armando, me dio clases en cuarto de EGB, y fue el primer profesor que creyó en mí más allá de los exámenes.
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